Hola, soy alumno del colegio Calasanz de A Coruña y este blog está dedicado a Rafael Alberti. Este fue un gran poeta español del siglo xx, miembro de la generación del 27 y considerado uno de los mayores literatos españoles de la llamada Edad de Plata.
Si el aire se dijera un día: —Estoy cansado, rendido de mi nombre... Ya no quiero ni mi inicial para firmar el bucle del clavel, el rizado de la rosa, el pliegecillo fino del arroyo, el gracioso volante de la mar y el hoyuelo que ríe en la mejilla de la vela...
Desorientado, subo de las blandas, dormidas superficies que dan casa a mi sueño. Fluyo de las paradas enredaderas, calo los ciegos ajimeces de las torres; tuerzo, ya pura delgadez, las calles de afiladas esquinas, penetrando, roto y herido de los quicios, hondos zaguanes que se van a verdes patios donde el agua elevada me recuerda, dulce y desesperada, mi deseo...
Busco y busco llamarme ¿con qué nueva palabra, de qué modo? ¿No hay soplo, no hay aliento, respiración capaz de poner alas a esa desconocida voz que me denomine?
Desalentado, busco y busco un signo, un algo o alguien que me sustituya que sea como yo y en la memoria fresca de todo aquello, susceptible de tenue cuna y cálido susurro, perdure con el mismo temblor, el mismo hálito que tuve la primera mañana en que al nacer, la luz me dijo: —Vuela. Tú eres el aire.
Las tierras, las tierras, las tierras de España, las grandes, las solas, desiertas llanuras. Galopa, caballo cuatralbo, jinete del pueblo, al sol y a la luna.
¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan las tierras de España, en las herraduras. Galopa, jinete del pueblo, caballo cuatralbo, caballo de espuma.
¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar!
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie; que es nadie la muerte si va en tu montura. Galopa, caballo cuatralbo, jinete del pueblo, que la tierra es tuya.
¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar!
...Y las viejas familias cierran las ventanas, afianzan las puertas, y el padre corre a oscuras a los Bancos y el pulso se le para en la Bolsa, y sueña por las noches con hogueras, con ganados ardiendo, que en vez de trigos tiene llamas, en vez de granos, chispas, cajas, cajas de hierro llenas de pavesas. ¿Dónde estás, dónde estás? Los campesinos pasan pisando nuestra sangre. ¿Qué es esto?
—Cerremos, cerremos pronto las fronteras. Vedlo avanzar de prisa en el viento del Este, de las estepas rojas del hambre. Que su voz no la oigan los obreros, que su silbido no penetre en las fábricas, que no divisen su hoz alzada los hombres de los campos. ¡Detenedle! Porque salta los mares recorriendo toda la geografía, porque se esconde en las bodegas de los barcos y habla a los fogoneros y los saca tiznados a cubierta, y hace que el odio y la miseria se subleven y se levanten las tripulaciones. ¡Cerrad, cerrad las cárceles! Su voz se estrellará contra los muros. ¿Qué es esto?
Pero nosotros lo seguimos, lo hacemos descender del viento. Este que lo trae, le preguntamos por las estepas rojas de la paz y del triunfo, lo sentamos a la mesa del campesino pobre, presentándolo al dueño de la fábrica, haciéndolo presidir las huelgas y manifestaciones, hablar con los soldados y los marineros, ver en las oficinas a los pequeños empleados y alzar el puño a gritos en los Parlamentos del oro y de la sangre. Un fantasma recorre Europa, el mundo. Nosotros le llamamos camarada.
... Hay peces que se bañan en la arena y ciclistas que corren por las olas. Yo pienso en mí. Colegio sobre el mar. Infancia ya en balandro o bicicleta. Globo libre, el primer balón flotaba sobre el grito espiral de los vapores. Roma y Cartago frente a frente iban, marineras fugaces sus sandalias. Nadie bebe latín a los diez años. El Álgebra, ¡quién sabe lo que era! La Física y la Química, ¡Dios mío, si ya el sol se cazaba en hidroplano! ... Y el cine al aire libre. Ana Bolena, no sé por qué, de azul va por la playa. Si el mar no la descubre, un policía la disuelve en la flor de su linterna. Bandoleros de smoking, a mis ojos sus pistolas apuntan. Detenidos, por ciudades de cielos instantáneos, me los llevan sin alma, vista sólo. New York está en Cádiz o en el Puerto. Sevilla está en París, Islandia o Persia. Un chino no es un chino. Un transeúnte puede ser blanco al par que verde y negro. En todas partes tú, desde tu rosa, desde tu centro inmóvil, sin billete, muda la lengua, riges, rey del todo... Y es que el mundo es un álbum de postales. Multiplicando pasas en los vientos, en la fuga del tren y los tranvías. No en ti muere el relámpago que piensas, sino a un millón de lunas de tus labios. Yo nací -¡respetadme!- con el cine. Bajo una red de cables y de aviones. Cuando abolidas fueron las carrozas de los reyes y al auto subió el Papa. Vi los telefonemas que llovían, plumas de ángel azul, desde los cielos. Las orquestas seráficas del aire guardó el auricular en mis oídos.
De lona y níquel, peces de las nubes, bajan al mar periódicos y cartas. (Los carteros no creen en las sirenas ni en el vals de las olas, sí en la muerte. Y aún hay calvas marchitas a la luna y llorosos cabellos en los libros. Un polisón de nieve, blanqueando las sombras, se suicida en los jardines. ¿Qué será de mi alma, que hace tiempo bate el récord continuo de la ausencia? ¿Qué de mi corazón, que ya ni brinca, picado ante el azar y el accidente? Exploradme los ojos, y, perdidos, os herirán las ansias de los náufragos, la balumba de nortes ya difuntos, el solo bamboleo de los mares. Cascos de chispa y pólvora, jinetes sin alma y sin montura entre los trigos; basílicas de escombros, levantadas trombas de fuego, sangre, cal, ceniza. Pero también, un sol en cada brazo, el alba aviadora, pez de oro, sobre la frente un número, una letra, y en el pico una carta azul, sin sello. Nuncio -la voz, eléctrica, y la cola- del aceleramiento de los astros, del confín del amor, del estampido de la rosa mecánica del mundo. Sabed de mí, que dije por teléfono mi madrigal dinámico a los hombres: ¿Quién eres tú, de acero, estaño y plomo? -Un relámpago más, la nueva vida.
Me aburro. Me aburro. Me aburro. ¡Cómo en Roma me aburro! Más que nunca me aburro. Estoy muy aburrido. ¡Qué aburrido estoy! Quiero decir de todas las maneras lo aburrido que estoy. Todos ven en mi cara mi gran aburrimiento.
Innegable, señor. Es indisimulable. ¿Está usted aburrido? Me parece que está usted aburrido. Dígame, ¿adónde va tan aburrido? ¿Que usted va a las iglesias con ese aburrimiento? No es posible, señor; que vaya a las iglesias con ese aburrimiento.
¿Que a los museos –dice—siendo tan aburrido? ¿Quién no siente en mi andar lo aburrido que estoy? ¡Qué aire de aburrimiento! Lo aburrido que estoy. Y sin embargo… ¡Oooh! He pisado una caca… Acabo de pisar --¡Santo Dios!—una caca… Dicen que trae suerte el pisar una caca… Que trae mucha suerte el pisar una caca… ¿Suerte, señores, suerte? ¿La suerte… la… la suerte? Estoy pegado al suelo. No puedo caminar. Ahora sí que ya nunca volveré a caminar. Me aburro, ay, me aburro. Más que nunca me aburro. Muero de aburrimiento. No hablo más… Me morí.
Subes del mar, entras del mar ahora. Mis labios sueñan ya con tus sabores. Me beberé tus algas, los licores de tu más escondida, ardiente flora.
Conmigo no podrá la lenta aurora, pues me hallará prendido a tus alcores, resbalando por dulces corredores a ese abismo sin fin que me devora.
Ya estás del mar aquí, flor sacudida, estrella revolcada, descendida espuma seminal de mis desvelos.
Vuélcate, estírate, tiéndete, levanta, éntrate toda entera en mi garganta, y para siempre vuélame a tus cielos.
Para algo llegaste, Altair, descendiste de tu constelación en pleno día. Nunca bajó una estrella a enramarse del sol de los olivos, ni la cal de los pueblos pasó del blanco puro a ser más blanca ni el viento de esa noche a prolongar su canto más allá de la aurora. Nunca se vio a una estrella a pie por los caminos, ni pararse de pronto, detenerse, señalando, prendiendo, iluminando algo que no esperaba. Para algo Altair descendió desgajándose de su constelación aquella noche.
Buscaba tus colinas por el cielo, alta Altair, mas no las encontraba, tu insomne golondrina, que soñaba, fuego en la noche, abierta a mi desvelo.
Oh, qué vertiginoso desconsuelo no hallar ni estela de lo que buscaba, las laderas, los valles, la encantada mínima sombra ciega de mi anhelo.
¿Dónde estás, Altair, alta y perdida, dulce tiniebla, luz desvanecida, corona y resplandor de mis placeres?
¿Será verdad que alguna vez ardiste, que me amaste, gozaste, que moriste, que aún eres mi Altair, que no lo eres?
No hagas caso, Altair, de las murmuradoras, ciegas constelaciones, calumniosas estrellas solitarias, los errantes cometas o las indefinidas oscuras nebulosas. Tú a todos los apagas, Altair, con tu brillo, temblor irresistible, capaz de derramarse, bañando los ansiosos labios del universo.
Vírgenes con escuadras y compases, velando las celestes pizarras. Y el ángel de los números, pensativo, volando del 1 al 2, del 2 al 3, del 3 al 4. Tizas frías y esponjas rayaban y borraban la luz de los espacios. Ni sol, luna, ni estrellas, ni el repentino verde del rayo y el relámpago, ni el aire. Sólo nieblas. Vírgenes sin escuadras, sin compases, llorando. Y en las muertas pizarras el ángel de los números, sin vida, amortajado sobre el 1 y el 2, sobre el 3, sobre el 4...